Datos técnicos:
- Título original: Diez razones para ser científico
- Autor: Ruy Pérez Tamayo
- Año: 2013
- Número de páginas: 147 p.
- Idioma original: español
- Edición: primera edición
- Editorial: Fondo de Cultura Económica. Colección CENTZONTLE
Foto de la portada del libro
Reseña del libro
Diez razones para ser científico es un breve y ameno ensayo escrito por el Dr. Ruy Pérez Tamayo a partir de su experiencia como investigador científico en el campo de la biomedicina. Esta obra, perteneciente a la colección CENTZONTLE del Fondo de Cultura Económica (México), viene acompañada de diversas imágenes de conocidos científicos; sin embargo, lo que resulta novedoso es que también se incluyan retratos de los científicos mexicanos más destacados. Con la intención de conocer más de sus trabajos, el autor presenta cortas biografías al final del libro: Semblanzas de científicos ilustres.
El libro se divide, principalmente, en dos capítulos. En el capítulo I, el autor narra cómo se hizo científico y “no porque ilustre un camino habitual o favorable sino todo lo contrario, porque muestra la influencia impredecible de las contingencias individuales” (pág. 10). En ese sentido, a través de diferentes etapas de su vida, Pérez Tamayo nos cuenta cómo primero estudió medicina y cómo, dentro de la carrera y gracias a la influencia de un amigo, se hizo científico.
En el capítulo II, el autor presenta solo diez razones de las muchas que considera para ser científico. Empecemos a revisarlas:
- Para hacer siempre lo que me gusta (pág. 25 – 38). Un tema recurrente a la hora de escoger una profesión es la vocación; sin embargo, Pérez Tamayo afirma: “(…), no creo en las vocaciones, nosotros no hacemos bien lo que nos gusta, sino todo lo contrario, a nosotros nos gusta lo que hacemos bien” (pág. 25). Más aún, esta afirmación se refuerza con situaciones donde a medida que se perfecciona una técnica, práctica, etc. se obtienen, cada vez, mejores resultados lo cual genera confianza y un mayor gusto por el trabajo. En el caso particular de los científicos, el autor afirma que tienen la libertad de hacer siempre lo que les gusta, pero, como sabemos, hacer siempre lo que nos gusta no es garantía de conseguir resultados agradables, por ello, el científico puede llegar a experimentar situaciones de frustración, angustia, entre otras. También es razonable pensar que los gustos e intereses se modifican; sin embargo, el autor recalca que para el trabajo científico entendido como la exploración de lo desconocido ello no sucede pues existen un sinfín de preguntas sin respuesta.
Realizar un trabajo correctamente, en este caso el científico, es sinónimo de prestigio y reconocimiento; ello le ha permitido al autor tener la oportunidad de ser mentor de varios alumnos y entablar una de las “pocas relaciones interhumanas tan satisfactorias” (pág. 37). A partir de su experiencia como profesor, Pérez Tamayo reflexiona acerca del papel de mentor en la carrera de los nóveles científicos: “La regla de oro para evitarlo es muy sencilla: guía intelectual y técnica + no estorbar” (pág. 38).
- Para no tener jefe en el trabajo (pág. 38 – 50). Se puede pensar que esta razón no es aplicable a la labor científica; sin embargo, sucede todo lo contrario. Partiendo de un caso real y sencillo, Pérez Tamayo nos muestra lo que puede llegar a sucederle a un joven científico cuando se incorpora a un grupo de investigación dirigido por un Gran Científico Generoso o un Gran científico Autoritario (academias alemanas durante los siglos XVI y XVII). En el primer caso, el joven, después de seguir de cerca las indicaciones del mentor, al mostrar sus resultados es impulsado a seguir investigando, pero poco a poco es dejado solo con sus ideas y experimentos logrando explorar hechos inesperados. En el segundo caso, ocurre lo contrario. El joven investigador, a pesar de cumplir con las indicaciones, no puede trabajar con independencia intelectual. Es fácil inferir que la independencia intelectual es importante en la carrera científica a partir de ese punto el científico no tiene jefe. De esta manera, el autor compara la investigación científica con otras actividades creativas y la define como:
“La ciencia es una actividad humana creativa cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y cuyo producto es el conocimiento, generado por medio de un método científico organizado en forma principalmente deductiva y que aspira a alcanzar el mayor consenso posible”. (pág.41)
Aunque debatible, la definición abarca dos términos esenciales en la actividad científica: la creatividad y humanidad. Sin embargo, es pertinente agregar que para alcanzar la madures científica (se requiere estudios formales e inclusive estancias posdoctorales.
- Para no tener horario de trabajo (pág. 50 – 58). Para Pérez Tamayo, la actividad científica no tiene un horario fijo. Los investigadores científicos marcan sus propios horarios y disponen de tiempo para participar en reuniones académicas, congresos y visitar otros laboratorios. Esto último implica, en algunos casos, la movilización a otros países. En suma, el científico es dueño de su tiempo, pero ello implica que, para poder llevar a cabo su función principal, la generación de conocimiento, el científico debe serlo durante un “tiempo absolutamente exclusivo” (pág. 52). Sin embargo, manifiesta el autor, la libertad que goza los científicos, en especial los de Sudamérica, impiden que se dediquen exclusivamente a su labor y tenga que compartirlo con actividades administrativas y de docencia. De esta manera, Pérez Tamayo agrupa en tres los miembros de la comunidad científica, en especial la del hemisferio sur: el investigador, el profesor y el administrador.
Los investigadores son aquellos que desarrollan exclusivamente la actividad científica. Citando al autor: “(…) El interés primario de este Homo sapiens (…) es el conocimiento científico per se (…)”. Seguidamente se encuentran los profesores cuyo objetivo no es ampliar el conocimiento científico sino difundirlo mediante la docencia. Y, finalmente, el administrador que se encarga de administrar las extensas redes de las instituciones científicas. Estos últimos, también son científicos, ya que, conocen la materia; sin embargo, en los países sudamericanos, y como lo menciona Pérez Tamayo, esto puede ser desfavorable pues genera la temida “fuga de cerebros”.
- Para no aburrirme en el trabajo (pág. 58 – 75). Para el autor, esta es una de las razones más importantes y es que considera a la ciencia como una fuente inagotable de entretenimiento. Según su interpretación, percibe al aburrimiento “(…) como una de las tragedias humanas, porque lo entiendo como la conciencia de estar perdiendo el tiempo (…)” (pág.59). Sin embargo, podría pensarse que la investigación científica puede ser aburrida, en tanto, se aplique el método científico y este último sea entendido como un único recetario. Pero para Pérez Tamayo, afirmación que comparto, la heterogeneidad de las ciencias “(…) parece oponerse a la existencia de un método científico único, a menos que se integre con lo que tienen en común todas las ciencias” (pág. 62). De esta manera, el autor hace un breve repaso por los cuatro esquemas principales que resumen el método científico: inductivo-deductivo, priori-deductivo, hipotético-deductivo y el anarquista. Adicionalmente, Pérez Tamayo enumera los principios generales o “reglas del juego”, como él denomina, a un conjunto de reglas que la mayoría de los investigadores deben seguir:
- No decir mentiras.
- No ocultar verdades.
- No apartarse de la realidad.
- Cultivar la consciencia interna.
- No rebalsar el conocimiento.
- Los hechos también se equivocan.
- Para usar mejor mi cerebro (pág. 75 – 87). Pérez Tamayo considera, a grandes rasgos, el trabajo científico como el tener buenas ideas y ponerlas bien a prueba. Dos cuestiones llaman la atención: ¿cómo se consigue tener buenas ideas? y ¿cómo se ponen estas ideas a prueba? Con respecto a la primera, el autor, después de un breve repaso de ejemplos de ideas científicas revolucionarias, manifiesta que las buenas ideas aparecen trabajando en un problema, conociendo la información relevante y las técnicas de exploración de este. Para responder la segunda, el autor enumera cuatro tipos de pruebas: a) confirmación completa de la hipótesis, b) refutación completa de la hipótesis, c) resultados confusos y de interpretación difícil y d) serendipia. Es de esperarse que después de haber pasado las pruebas, el científico debe dar a conocer su idea a través de una publicación científica. Es lógico pensar que estas publicaciones, también, son evaluadas de manera cuidadosa. Todo ello, como agrega el autor, se genera a partir del buen uso del cerebro y permite conocer la realidad del mundo en el que se vive.
- Para que no me tomen el pelo (pág. 88 – 94). Esta razón tiene como sustento el escepticismo. Este es considerado por Pérez Tamayo como uno de los espíritus de la ciencia y nos permite hacer frente a lo que no posee una “(…) demostración clara, objetiva y (cuando es posible) reproducible” (pág. 88). El otro espíritu es la actitud crítica que lo entiende como la “insistencia no solo en solicitar razones y pruebas antes de aceptar una afirmación como real, sino en analizarlas y evaluarlas críticamente” (pág. 91). A partir del escepticismo y la actitud crítica, el científico hace frente a razones y argumentos que pretenden ser objetivos, definitivamente, y como sugiere el autor, los espíritus de la ciencia también deberían ser parte de la formación de todo ciudadano para evitar que se les tomen el pelo.
- Para hablar con otros científicos (pág. 95 – 100). Pérez Tamayo afirma que conversar con un científico, al menos los que él ha conocido en su carrera científica, es, casi siempre, refrescante e instructivo. Esto es, porque la mayoría de sus conocidos son escépticos, cuestionan todo, generan buenas ideas y realizan análisis críticos de las pruebas. Asimismo, el autor identifica algunos tipos de diálogos que se dan entre científicos: mediante la publicación de sus ideas en artículos científicos y reuniones académicas. Cabe resaltar que el autor toca un tópico importante: la divulgación científica. Desde su punto de vista, el mundo de la ciencia se divide en dos grupos, el primero relacionado a sus postulados y filosofía y el segundo aborda los productos, la tecnología, siendo el primero una “(…) cruzada a favor del progreso de la sociedad, para ayudarla a ingresar a un nuevo mundo, más cercano a su propia realidad” (pág. 100).
- Para aumentar el número de científicos en México (pág. 100 – 120). Una razón que es planteada desde el punto de vista social y que, por supuesto, involucra a una gran cantidad de países latinoamericanos. Algo importante que plantea el autor y es compartido por otros autores de la región es que, para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, estos deben ser incorporados a una “sociedad del conocimiento”; es decir, se les permita el acceso a los avances científicos y tecnológicos. Pero para ello, el país debe tener un amplio grupo de científicos. Tomando como referencia el número de científicos por cada 10 000 habitantes, muestra cuantos científicos hay en diferentes países en el año 2000. La cifra alarma, si solo México tiene 0.65, me pregunto: ¿cuántos científicos habrá tenido Perú en aquella época? Desde luego, Pérez Tamayo analiza la situación de escasez de científicos en México. Pero más importante son las dos preguntas que el autor plantea: “¿a qué se debe que los científicos mexicanos seamos tan pocos? y ¿estará México preparado para aprovecharnos [a los científicos] y promover vigorosamente el desarrollo de la ciencia y la tecnología?” (pág. 105). Respecto a la primera pregunta, Pérez Tamayo encuentra la causa en dos procesos históricos de México: la colonización por parte de los españoles y convulsionada época post independencia política. En tanto, para la segunda pregunta, el autor toma en cuenta dos indicadores: el gasto anual en ciencia y tecnología y la reacción de las autoridades ante una mayor demanda en educación. Aunque las cifras indican que se ha avanzado mucho en temas científicos, Pérez Tamayo afirma que falta mucho por hacer. Me pregunto, ¿cómo estaremos en ciencia y tecnología en el Perú?
- Para estar siempre bien contento (pág. 121 – 128). Para Pérez Tamayo, esta es una razón muy personal y es que, a través de algunos pasajes de su carrera como científico, él siempre ha estado contento. Más aún, afirma que, durante la labor científica, un investigador encuentra regocijo cuando una hipótesis no coincide con la observación pues, como se puede deducir, aprendió a como no son las cosas.
- Para no envejecer (pág. 128 – 133). La última razón fue tomada de un libro – Reflexiones matutinas sobre la investigación científica – publicado por el hijo mayor de Pérez Tamayo. Una razón que muestra que el envejecimiento, entendido como el deterioro estructural y funcional, en pocos casos puede comprometer la actividad intelectual, en especial la labor científica. Sucede que, tal y como plantea el autor, “(…) con el paso del tiempo se adquiere más paciencia, más capacidad de análisis objetivo y más control sobre las emociones” (pág. 131); de esta manera, intelectualmente, lo científicos lo logran envejecer.
Finalmente, Pérez Tamayo cierra el libro con un corto epílogo e invita a los jóvenes: “A los jóvenes que hoy se enfrentan a la decisión de qué hacer con su vida, los invito cordialmente a que se asomen a una profesión científica. Les aseguro que la pasarán muy bien (…)” (pág. 136).
Reseña del autor del libro
Ruy Pérez Tamayo es un médico patólogo, investigador y divulgador científico mexicano. Nació en la cuidad de Tampico, Tamaulipas, en 1924. Estudió medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se especializó en patología en EE.UU. Sus contribuciones científicas abarcan temas relacionado a la metionina, aterosclerosis, tuberculosis, cirrosis intersticial difusa, entre otras. Ha publicado más de 160 artículos científicos y 69 libros. Así mismo, ha contribuido directa e indirectamente con la elaboración de 134 libros de divulgación científica. Dentro de sus múltiples premios destaca el premio Nacional de Ciencias de 1974.
Librerías
El libro puede ser adquirido en las librerías del Fondo de Cultura Económica (FCE) ubicada en el distrito de Miraflores, Perú o en la librería Communitas ubicada en San Isidro.
Valoración del libro
Un libro entretenido de principio a fin, con un leguaje sencillo de entender, con experiencias propias del autor que refuerzan y aportan en la formación del futuro científico, con preguntas que pueden generar debate y, sobre todo, reflexión. Diez razones para ser científico debería ser leído por cualquier joven que acaba el colegio, investigador que se prepara para ser científico o cualquier científico consumado.
Autor de la reseña
David Castillo Neciosup es ingeniero mecánico de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), viene terminando la maestría de ingeniería mecánica con especialización en diseño de máquinas. Ha realizado una pasantía de investigación científica en la Universidad de Sao Paulo (USP) – cede Sao Carlos, Prédio do Laboratório de Escoamentos Multifásicos Industriais. Su área de investigación es el fenómeno de las vibraciones inducidas por flujo bifásico gas-líquido en tuberías (2-FIV, por sus siglas en inglés); fenómeno frecuente en las industrias nuclear, química y de hidrocarburos.