Arte y Ciencia[1]
El arte y la ciencia interpretan a la Naturaleza. La ciencia la estudia y el arte la imita. La ciencia lo hace apelando más a la racionalidad y el arte más a la emotividad; pero ni el arte brota solo de ésta, ni la ciencia lo hace únicamente mediante formalidad y lógica. Y eso, no solo porque el arte emplee técnicas y métodos y que su realización dependa de materiales con atributos físicos, y que la ciencia procure constantemente fórmulas elegantes y simétricas para explicarse el mundo. Lo que es común a ambas es la inspiración. Un hallazgo matemático laboriosamente buscado puede incitar en su descubridor una fascinación tan intensa como la del músico o el escultor (o el espectador) ante la obra lograda. Un ejemplo es ilustrativo de los miles que pueden citarse: durante un paseo nocturno en bote, Chandrasekar pensó breves instantes en lo que sucedería con las estrellas muy masivas cuyo destino era convertirse en agujeros negros cuando hubieran consumido una porción umbral de su energía. Y seguidamente, le tomó un tiempo bastante mayor determinar la masa mínima que esa estrella debía tener para que su gravedad supere a las fuerzas repulsivas del plasma estelar y opere esa metamorfosis. Tal vez un día la ciencia descubra qué peripecias mentales, qué transmisiones sinápticas específicas hay detrás de los instantes creativos. Como las experiencias felices, los instantes creativos suelen ser breves.
Supongo que ambos, el arte y la ciencia, también necesitan de humor para realizarse con mayor soltura. El yerno de Carlos Marx consideró que había que tener sentido del humor para entender el método de su ilustre suegro. Me parece que la misma regla de flexibilidad vale para entender el método de Descartes, o el método inductivo de los antiguos sacerdotes del Eufrates, o cualquier otro método, para encontrarse en la antesala de la inspiración con mayor frecuencia que la usual. La creatividad se lleva mal con la rigidez de espíritu.
Nadie ha visto directamente las galaxias ni con la ayuda de los telescopios más potentes. Las deslumbrantes fotografías de las enciclopedias de astronomía se logran por la acumulación de las tenues radiaciones que de esos objetos alcanzan los detectores durante exposiciones de muchas horas o días continuos. Y estos registros se hacen desde telescopios situados en órbita alrededor de la Tierra. Los resultados – esas fotografías de lo que nadie puede ver al ojo desnudo – son tan magníficos como los mejores productos del arte.
Que el arte imita a la Naturaleza también puede verse en las antiguas mansiones de los sacerdotes egipcios que, imitando los campos labrados en el valle del Nilo construían sus palacios con baldosas cuadradas y alternadas en sus colores, como los de un tablero de ajedrez. Al parecer, Thales de Mileto (otros consideran que no él, sino Pitágoras, su discípulo), viendo las proyecciones que la luna hacía de las columnas de esas mansiones sobre el tablero de baldosas de sus patios, encontró la ley de proporcionalidad entre los segmentos de dos rectas co-planares cualesquiera atravesadas por tres rectas entre sí paralelas sobre el mismo plano que las dos primeras. De la naturaleza intervenida por el hombre (los campos labrados), al arte de las mansiones egipcias y de allí a la imaginación científica hubo una secuencia virtuosa y directa.
El arte de Escher, el pintor neerlandés, también se refiere a la naturaleza pero para afirmarla como mucho más variada de lo que la ciencia alcanza, atreviéndose a mostrar potenciales fallas en la percepción del mundo por parte de los científicos. Y esto se da en una época (las tres primeras décadas del s.XX) en la que los fundamentos de la física clásica iban habían entrado en severa crisis y se había abierto un camino diferente para la ciencia, más potente, más abstracto, más matemático y más alejado del sentido común. Es también en esos años cuando aparece el arte abstracto en la pintura, la escultura, la música y hasta en la poesía. No es sorprendente que Vallejo diera a luz su Trilce en esos mismos días de nuevas geometrías y nuevas certidumbres.
Que el arte imita a la naturaleza fue también ideología pitagórica, quien consideraba que todo valor, objeto o estado del universo estaba representado por números que lo caracterizaba como una huella digital, en tal grado que atribuyó a los números mayor realidad, consistencia y esencialidad que a los objetos que representaban. Cien años después de Pitágoras, Platón dio su versión de la idea pitagórica con su imagen de la armonía de las esferas.
La fotografía botánica es posiblemente la que mejor ha desarrollado la relación del arte con la ciencia. Y, más recientemente, la de animales de los fondos abisales marinos con formas y organismos in imaginados. En un ensayo escrito en 1921 Ortega y Gasset considera que “Hay entre las nuevas emociones suscitadas por el cinematógrafo … una que condensa en breves momentos todo el proceso generativo de una planta….(emparejando) nuestra visión con el lento crecer de la planta y conseguir que el desarrollo de ésta adquiera ante nuestro ojos la continuidad de un gesto.”[2] También lo es el arte de cultivar árboles controlando su tamaño para que se mantengan pequeños pero con todas las demás características morfológicas y genéticas similares a las de sus parientes normales. Hay en el arte bonsái un vínculo estrecho de arte y ciencia. Un bosque bonsái entero, cabría en el jardín de una vivienda.
Aunque la ficción no fue apreciada por los socráticos (especialmente por Platón, que denostó de Homero), la poesía tenía relación explícita con la naturaleza en los poemas de Heráclito y más tarde (en Roma helénica) en los de Lucrecio. La Eneida de Virgilio, entre otros muchos escenarios describe las plantas de los campos del Lacio y de las tierras del valle de Po, su región natal, y sigue siendo una de las obras de ficción más extraordinaria que se hayan escrito.
En la geometría en general, pero en particular en la de fractales hay una estética esencial. Según Roger Penrose (el gran físico y el más cercano amigo de Stephen Hawking) consideró que “ (Por su fácil construcción a partir de una fórmula matemática sencilla) el conjunto de Mandelbrot (ver figura) no es una invención de la mente humana, sino un descubrimiento. Tanto como el monte Everest, el conjunto de Mandelbrot está ahí”.[3]
Una dimensión fundamental de la ciencia y de su potencial educativo por excelencia, es su estética: todo en la ciencia se piensa y organiza sobre la base de modelos. Albert Einstein consideraba que la belleza de la ciencia estába en la simplicidad con la que interpreta a la naturaleza. También es cierto, sin embargo, que él conminó a los científicos a explicar los fenómenos naturales “de la manera más sencilla posible, pero no más”, implicando que hay un límite en la sencillez con la que se puede exponer la verdad científica. El poder educativo de la dimensión estética de la ciencia aún no ha sido tenido debidamente en cuenta por nuestras instituciones educativas. Muchos han trabajado en esa dimensión pero se nos vienen primero a la mente los nombres de Richard Feynman y Stephen Hawking, dos de los mejores de las últimas décadas. Sus modelos son tan bellos que consiguen cautivar a los jóvenes, muchos de los cuales llegan al estudio de la ciencia por la astronomía.
Ni la ciencia ni el arte son estáticos. Corresponden a etapas del desarrollo social, de la sensibilidad, de las urgencias materiales y espirituales de cada época. En el año 401 a.C., Sócrates fue condenado a muerte y ejecutado, junto con otros dos cargos, por… “faltar a la ley al no reconocer a los dioses de la ciudad e introducir, en cambio, otras divinidades nuevas”. En efecto, Sócrates había dicho que en ocasiones “… oía una voz que lo orientaba en sus pensamientos sobre la vida”.[4] La intolerancia que mostró Atenas en el 401 a.C. era impensable en esa ciudad unas pocas décadas antes. Pero la ciudad acababa de perder su guerra más prolongada y destructiva en la que se perdió en batalla lo mejor de la juventud griega antes de que hubiera mostrado sus talentos en una sociedad capaz de producirlos en gran cantidad. Atenas, exacerbada sacrificó a su ciudadano más eminente.
A Einstein en cambio no le sucedió nada por decir exactamente lo que Sócrates… “que una voz interior le decía que la mecánica cuántica estaba incompleta”. Tampoco le sucedió nada a Ramanujan, cuando en el Londres de 1930 declaró que “…la Diosa Mamagiri le ponía fórmulas en su mente mientras él dormía”. La intolerancia y la ingratitud son los más destructivos de los vicios de las sociedades y los individuos.
Benjamín Marticorena, Mayo del 2020
[1] Este artículo está basado en la presentación que hice en el Encuentro Científico Internacional ECIv2020, que semestralmente organiza el CEPRECYT, dirigido por Véronique Collin y Modesto Montoya
[2] José Ortega y Gasset. España Invertebrada, 1921
[3] Roger Penrose. La Mente Nueva del Emperador. Cibernética, mente y leyes físicas. FCE 1996
[4] Jenofonte, Recuerdos de Sócrates