Acceder a educación superior de calidad sigue siendo un reto colosal para los jóvenes en el Perú, el cual se intensifica cuando pensamos en estudios de posgrado en universidades de élite a nivel internacional. En los últimos diez años, el Estado peruano ha asumido el compromiso de apoyar la formación académica de centenares de jóvenes. Sin lugar a duda, existe un halo de gratitud alrededor del esfuerzo y la voluntad política de distintas instituciones gubernamentales comprometidas con la idea de formar talento humano que retorne al país para promover el desarrollo nacional.
A pesar de que este esfuerzo se publicita constantemente de manera positiva, muy pocos son los que conocen la historia completa de lo que realmente implica ser un becario peruano en el extranjero. En las últimas semanas, nuestro equipo pudo acceder a distintos testimonios que nos permitieron tener más elementos para ponderar algunas de las desventajas de emprender este camino cuando una entidad pública peruana es la que respalda este proceso.
Ser un becario peruano en el exterior no solo implica haber sorteado obstáculos que van más allá de lo económico; implica también haber adquirido capacidades que les han permitido ingresar a un programa de posgrado en universidades donde la investigación es una actividad institucionalizada, insertarse en redes de investigación que pueden generar valor agregado para ciertas disciplinas en el Perú y, más importante aún, generar conocimiento sobre temas relevantes para nuestra agenda de desarrollo nacional. Pero la resiliencia y las herramientas que el becario peruano adquiere por sí mismo, lamentablemente, no son suficientes para afrontar las implicancias de vivir y estudiar en el extranjero.
La precaria situación en la que muchos becarios de nuestro país, tratando de sortear las adversidades de no recibir de manera estable un financiamiento del que dependen, es grave; esto no solo por la ansiedad que la incertidumbre que estar subyugados a coyunturas políticas o malos manejos administrativos pueden generarles, sino porque en la práctica, la desidia y la desatención los pone en situaciones de riesgo físico que en muchas ocasiones pasan inadvertidos. Por miedo a que se tomen represalias en su contra, muchos de ellos y ellas no dan testimonio de las adversidades que afrontan cuando “no se transfirió la partida presupuestal” a la entidad correspondiente, o cuando la falta de previsión y la pobre planificación en ciertos sectores del Estado impiden que las cuotas lleguen a los destinatarios finales. La transferencia del 20% del monto que se acuerda con el Estado (caso de los becarios de Fondecyt), el constante atraso en los depósitos y, en algunos casos, la falta total de pago hacen eco en este testimonio de un becario peruano:
“La beca me cambió la vida, pero el sufrimiento es demasiado, y siento que los reglamentos están hechos para hacer sufrir al becario, con envidia o con odio” (Becario Pronabec, anónimo).
Es inaceptable que jóvenes peruanos tengan que recurrir al subempleo, préstamos y, eventualmente, a renunciar a una plaza de doctorado porque no cuentan con los medios mínimos para subsistir. Más aún, es inconcebible que la respuesta de los oficiales del Estado sea “guarden pan para mayo” (ante una eventual demora en los pagos). Como personas con experiencia estudiando un doctorado en el extranjero, podemos decir que existen muchas barreras para que un estudiante encuentre un trabajo de forma inmediata; no solo son restricciones de visa, sino carga académica, la que es extenuante para quienes están en esa posición. Además, y aún cuando las condiciones sean favorables para encontrar un trabajo de medio tiempo, este no alcanza para cubrir costos de matrícula, alimentación, vivienda y transporte. Por otro lado, es inaceptable el maltrato que han sufrido muchos ex becarios Pronabec que, obligados contractualmente a dictar talleres en universidades públicas, son constantemente rechazados por estas al no existir un convenio, una identificación de demanda dentro de estas instituciones, ni de las posibles alternativas para incorporar el conocimiento que estos becarios traen como consecuencia de esa formación en la que el Estado invierte año a año.
El Estado peruano, innegablemente, ha sido un facilitador clave para que jóvenes que aspiran tener una carrera en la academia accedan a este tipo de espacios a través de sus distintos programas de becas. No obstante aún no podemos confiar plenamente en ellas. Como peruanos y peruanas, debería sorprendernos y preocuparnos que el costo de ese apoyo sea el desgaste físico y emocional, la deuda o, peor aún, la renuncia; pero, sobre todo, que el discurso del Estado sea ‘ya te transferí el 20%’, ‘no me han pasado la partida presupuestal’ y ‘guarda pan para mayo’. Si parte de nuestra apuesta es la de formar talento humano que contribuya con la generación de conocimiento y de evidencia rigurosa para el cumplimiento de nuestras metas de desarrollo como país, todos y todas tenemos la obligación de estar vigilantes ante la provisión de las condiciones mínimas para que no solo los becarios puedan dedicarse enteramente a su formación profesional y académica, sino para que ese talento sea posteriormente responsable y planificadamente asimilado por nuestras instituciones de educación superior.
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